viernes, 8 de enero de 2021

LAS INVASIONES BÁRBARAS






Esperando la muerte

A Rémy le han diagnosticado una enfermedad terminal. Burgués, intelectual y decadente, no sabe cómo afrontar la muerte. Su hijo, ejecutivo que sabe moverse en el mundo de hoy en día, ha hecho apaños varios para que tenga la mejor habitación del hospital, prácticamente hecha a medida, una suite. Incluso moverá hilos para conseguir ilegalmente la droga que le haga más llevaderos sus dolores. También conseguirá reunir a todos los viejos amigos de su padre, que frisan la ancianidad, para que le acompañen en estos últimos momentos. Pero hay, en el fondo, un poso de insatisfacción, una pose cínica que agarrota. Sin asideros en la religión (las conversaciones amistosas con una religiosa enfermera del hospital no le llevan a ninguna parte), hace alarde de una actitud sarcástica ante la vida: hay que disfrutarla cuanto se pueda, sin más normas que la camaradería. Tampoco cuenta demasiado la fidelidad a la propia esposa, como puede verse en el hecho de que acompañan a Rémy sus antiguas amantes, sin que aquélla rechiste siquiera.

El cineasta canadiense Denys Arcand retoma a los personajes de su film El declive del imperio americano, de 1986. Los actores, así, repiten, aunque peinando canas, como es natural. El director hace un terrible diagnóstico de la sociedad actual: confirma el declive social de los herederos de mayo del 68, a la vez que anuncia “las invasiones bárbaras”, el empuje de unos jóvenes pragmáticos en un mundo globalizado que venían dominando los americanos. Y muestra cómo la religión se ha vaciado de contenido para tantos, en la escena del desván que acumula objetos de culto, a los que nadie da uso, y a los que se niega incluso un posible valor artístico. Sin bases morales sólidas en las que apoyarse, a los personajes les queda sólo un afecto sincero, pero insuficiente. En ese sentido, la escena de la despedida, una apuesta por la eutanasia, parece la consecuencia lógica de ese vacío existencial.

El cineasta cansado

El guión del film de Dennis Arcand fue premiado en el Festival de Cannes de 2003. Así explica él los sentimientos que le embargaban al escribirlo: “Cada vez me siento más alejado de la sociedad que me rodea. Supongo que es la señal más común de que uno envejece. La constante aceleración y los alaridos mediáticos me hartan. Las películas hechas por ordenador no me interesan demasiado, me gustan los diálogos y los actores.” Arcand reconoce su conexión con la situación afectiva del protagonista: “Esto está muy presente en la sociedad en la que vivo. He tenido tres mujeres en mi vida. Tengo 62 años, y viví con una mujer hasta los 40, con otra hasta los 50, y ahora con otra. Aún veo a las dos primeras.


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